Foto Pilar: Beatriz Perez |
Estamos ahora frente a 108 páginas que duelen. Vemos
pasar a Damaris y la acompañamos con el corazón triste, sintiendo lástima, compasión,
coraje, miedo. Sus sentimientos llegan a ser nuestros. Su soledad, esa que
viene desde adentro, se ve reflejada en nuestras pupilas mientras recorremos
las páginas.
Cuántas historias así, de gente sin estrella,
gente que sigue los días escondiendo sus emociones, viviendo con alguien y al
mismo tiempo solas.
La intensidad con la que se busca un hijo, la
melancolía con la que se ven los años pasar sin poderlo lograr y un día, ese
corazón se llena con un amor por otro ser al que se podrá cuidar y querer. Un
ser que ama sin pedir nada a cambio, que ama desde sus instintos. Una perra que
sacará lo mejor y lo peor de los sentimientos de Damaris.
Una novela con un ambiente y una locación increíbles.
Pilar menciona que si un escritor quiere que los lectores habiten las novelas
con comodidad tienen que hacerlos sentir que son reales y que están pasando en
un tiempo y en un lugar… Y lo logra a la perfección. Esa descripción de las
casas, los acantilados, las tormentas, los mosquitos, el calor, el mar. Todo
nos lleva al lugar, a respirar ese aire cargado de sal, a sudar ese bochorno
que precede los días de lluvia. Una excelente forma de atraparnos en este
espacio.
Durante las poco más de 100 páginas nos damos
de frente con una culpa que crece en Damaris desde que es niña. Nos topamos con
maltrato físico, mental, emocional. Temas como el abandono, la muerte, la
maternidad, la soledad, la fidelidad son desmenuzados con gran maestría y nos
regalan una novela que podría ser comentada por horas.
Una historia que se lee muy rápido pero que se saborea
poco a poco y durante varios días.
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